jueves, 24 de marzo de 2011

La mecánica y sus satisfacciones.

Es sobradamente conocida mi afición por el motor y todo lo relacionado, hasta el punto de casi casi cortarle la digestión a un pacífico camionero cada vez que me quería poner a su altura para ver el carenado del V8 (creo que he hecho menos esfuerzo para ver otro tipo de carenados, aunque sea en determinado comedor corporativo)... peor sería que me diera por la ginebra, o por los Manolos (en su doble acepción de calzado carísimo o señor también conocido como Manuel).
El caso es que, sobre todo mi público femenino, estaba pidiendo que sacara a relucir al vecinito (bueno, también estaban pidiendo sacar algo del vecinito, pero eso es objeto de otro post), y, como yo me debo a mi público, no he podido resistir más. De resistir va la cosa, sí, ciertamente.
Me constaba que mantenía su tableta de chocolate (sí, sí... una ha tenido un oscuro pasado tableado) entre otras cosas montando en monociclo (hay videos en youtube que lo demuestran) en un descampado del barrio. También, que su madre y yo comprábamos en la misma pescadería (no se admiten comentarios olfativos, que os veo). El caso es que un día nos fuimos a tomar unas cervezas, que tuvieron el final de rigor en estos casos (nótese el término rigor, optaremos por el pez de la derecha), ya he dicho antes que yo me debo a mi público.
Me emociono al rememorar y me cuesta seguir escribiendo, lo admito, así que intentaré extractar las frases más memorables:
- Tienes la edad de la rima (dejo a criterio del lector de qué rima se trata y si la hubo o no)
Nótese que acabo de hacer algo tan poco femenino como comentar mi edad y situar el episodio en el espacio-tiempo.
- Me he dejado un condón en tu casa - Es igual, le pongo un pos-it con tu nombre para utilizarlo otro día que vengas (para chula, yo)
- Qué buena estás, vecinita
Ésta tiene su gracia si se dice como Pedro Ruiz

El caso es que yo ya andaba literalmente pidiendo la hora, porque por mi parte al menos no podía ya pedir mucho más salvo clemencia, y algún preparado contra las agujetas. Tres horas tres habían transcurrido ya desde la última vez que miré el reloj y aquella tableta de chocolate seguía en perfecto estado de revista, que yo ya estaba valorando si disimuladamente anotar sus datos en el bloc de la mesilla (otro día hablaré de lo que guardo en la mesilla) para, en caso de secuestro o, más probablemente desintegración, hubiera alguna pista de lo acaecido).
A estas alturas del post os estaréis preguntando qué tiene que ver todo ésto con la mecánica, ¿verdad?
Una nunca ha sido un dechado de paciencia, lo admito, pero encima hacía calor y parecía que me había hecho pipí en la cama.
De repente me veo al mozo más fresco que una rosa y el rigor, en fin, más riguroso que nunca, así que no pude por menos que preguntar cómo, por qué, y todas esas cosas.
¿Sabéis qué fue? Tan sencillo como que la criatura estaba pensando en lo que le había costado reparar el coche la pasada semana.
Fueron 2.000 aurelios (la reparación, no vaya nadie a pensar mal).
Eso sí, doy fe de que la BOMBA DE INYECCIÓN había sido plenamente optimizada.
Viva Robert Bosch
Vivan los Thyssen (y no precisamente Borja ni su madre)

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